8. Ubicaciones, o nuestra construcción como redes de valor
Somos redes inmersas en redes, constelaciones en movimiento a través de los mecanismos de transmisión de valor
Imagina que te encuentras en el centro de una red inmensa que se expande en todas direcciones, incluidos el pasado más profundo y el futuro más lejano. Cada uno de los miles de hilos de la red que convergen en ti se transforma al contacto con tu piel en una parte de tu ser, en una de las infinitas características de tu identidad. ¿Por qué eres así? ¿Por qué te interesan ciertos textos o películas o canciones y no otros? ¿Por qué ha seguido tu vida amorosa este arco narrativo, con esta secuencia específica de personas (o de ausencias)? ¿Por qué te vistes con ese estilo, probablemente genérico y, sin embargo, tan individual que cualquier desviación te hace sentir inadecuado, «falso»?
La respuesta habitual a estas preguntas suele recurrir a esencias innatas: la genética o un ser originario basado en características aleatorias de partida. «Es mi carácter, soy así», decimos, y consideramos que no necesitamos seguir indagando. Mi temperamento consiste en una serie de variables desconocidas que en mí tienen un valor y en otros, otro. Yo siempre he sido tranquilo, por ejemplo, otros son inquietos, la variable «inquietud» debe de contener un valor más alto en ellos que en mí. Esta teoría responde a la observación de que nuestras preferencias se parecen con frecuencia a las de nuestros padres, aunque difieren también tan a menudo que admitimos que debe de haber un elemento de aleatoriedad en el proceso. Tiene lógica, pero no explica gran cosa.
El psicoanálisis intenta trazar una cadena causal algo más larga, basada en una subdivisión del yo en varias partes y en una teoría de las reglas que gobiernan sus interacciones. Estas historias o mecanismos dan explicación a fenómenos de grano grueso (nuestra sexualidad a través del complejo de Edipo y la transferencia, o nuestras enfermedades mentales según desviaciones o perversiones del desarrollo «natural» de la psique), pero, ante nuestras características menores (nuestra ideología, nuestro gusto incorregible por las camisas hawaianas) generalmente se rinde al mismo tipo de «porque-síes» de la psicología popular.
Pero volvamos a la imagen de la red. Tomemos una cualquiera de tus peculiaridades o nodos, por ejemplo, ese gusto tuyo por veranear en el norte de España que algunos de tus amigos consideran ridículo. Te toman el pelo preguntándote si vas a la playa con sombrilla o con paraguas, si en lugar de comprar bebida en chiringuitos te haces traer gin tonics desde el Ritz, etc. Tú explicas que no te gustan las playas «masificadas» del Mediterráneo, te explayas sobre el disgusto que te produce colocarte entre una familia numerosa con mocosos llorando en pañal que te cubren de arena con sus palitas de plástico y grupos de jóvenes escuchando reguetón a buen volumen, etc. No eres «irracional», aseguras, tienes tus «razones», tus «gustos», que te definen.
Lo contrario de «masificado» es «selecto» o «elitista», el opuesto de una familia numerosa repleta de mocosos y de ruido es una familia nuclear y pequeña (tú viajas con tu mujer y tu única hija), la referencia al reguetón (y con él, lo foráneo y novedoso) te pinta como nativo y establecido, etc. Aunque haces amagos de protesta, disfrutas de las burlas de tus amigos, porque te reconoces en ellas como quisieras ser percibido: «sí», les estás diciendo con tus vacaciones, «pertenezco a una clase superior, me he elevado con mis gustos y decisiones sobre la masa, es decir, sobre vosotros».
¿Por qué tú necesitas escaparte de tu clase con este tipo de gestos mientras que tus amigos se contentan con veranear en Benidorm? ¿Y realmente disfrutas con tu sacrificio? ¿No serías más feliz como un obrero al sol que como un snob bajo la lluvia?
Tus padres no veranearon nunca, ni en el norte ni en ningún otro lugar, así que esto no parece ser algo que hayas «heredado» de ellos. Pero lo que sí has heredado (tu abuelo tuvo seis hijos, tu padre «solo» tres, y se pasó la vida echando horas como camionero) son sus deseos de ascenso social, que se manifiestan en ti de mil modos diferentes: tu profesión (no tienes carrera, pero tampoco te pasas la vida detrás del volante, sacaste plaza en Correos), tu vivienda (un piso pequeño pero de construcción reciente), tu mujer (que no es «ama de casa», como tu madre, sino representante de ventas para una empresa de azulejos) y por supuesto tu hija, que sí va a ir a la universidad y a terminar de dar el salto fuera de la provincia y del camión. Incluso el modo en que te vistes, y no digamos el modo en que veraneas, expresan esta idea tuya de ascenso y excelencia, tomada de tus padres aunque transformada a través del filtro de la mirada de los demás en tu interacción con el mundo.
No todo se explica por el ascenso social o económico, sino por el ascenso en general, por la imagen que te has ido formando a lo largo de tu vida de quién merece la pena ser, de por qué logros merece la pena esforzarse.
Así, el hilo de tu gusto por veranear en el norte nos ha llevado a la profesión de tu padre, a tus aspiraciones para tu hija y hasta a tu forma de vestir. Es un paquete completo, pero formado por los infinitos detalles que te vuelven una persona concreta, aunque cada uno de ellos proceda a su vez del entramado general.
Porque, ¿de dónde sale esa idea generalizada de que el norte sea más exclusivo que el Mediterráneo? Aunque tú mismo serías incapaz de recordar cómo se formó en ti esta noción, lo cierto es que la has absorbido de treinta fuentes diferentes que se fueron reforzando las unas a las otras: de un comentario que dejó caer tu madre cuando tenías siete años sobre una vecina que veraneaba en San Sebastián, de una película de los 50 sobre María de las Mercedes que viste una tarde de sábado, de un compañero vasco de colegio que se incorporó a tu clase en 6º de EGB y que se comportaba como si fuera superior al resto de vosotros, y de veinte lugares más.
Cada nodo concreto (tú mismo eres un nodo en las historias de otros, en el ser de tu hija y tu mujer y tus amigos) se va sumando para crear nociones generales que permiten la comunicación. Dice Raquel Paláez en Quiero y no puedo: una historia de los pijos en España, que la idea de la exclusividad del veraneo en el norte procede de que Alfonso XII se vio forzado a pasar muchos veranos en Comillas para cuidarse la tuberculosis, y a que lo seguían toda la corte y todos los aspirantes a pertenecer a ella. Pero, indudablemente, se han dado muchas más causas: la proximidad a Europa, a la que España ha mirado siempre con todo tipo de complejos de inferioridad (hay una noción vertical geográfica de la excelencia); el poder económico del País Vasco como zona industrial y de banca, que encarecía los precios y los colocaba fuera del alcance de muchos; o incluso el mal tiempo que vacía las playas: menos personas parece indicar más exclusividad.
Ahora bien, ninguna de estas causas generales es realmente general, puesto que solo se vuelve realidad (se real-iza) a través de cada persona específica, del modo en que tú las asumes (heredas) y en que, en el avatar de tu propio ser, se ven transformadas: nada de todo esto existe sin ti.
Por eso digo que estás en el centro de la red.
Para ser más precisos, tú eres solo red, y fuera de la red no hay nada. Ni condicionamientos genéticos (la naturaleza existe, pero el ser humano es el ser que la reescribe, definiéndose a cada instante) ni psicológicos (nada justifica las complejas hipótesis de una causalidad paralela y oculta, de un subconsciente «activo», originario y substancial) ni sociales (las superestructuras se desintegran también en nodos), sino un horizonte en expansión de influencias individuales que a su vez se suman para formar el conjunto social, la historia y la economía. No hay modo de hablar en general sin mistificaciones: cada vuelta a la realidad requiere contar historias y hablar de personas concretas, porque el conocimiento es narrativo, porque la realidad es tiempo, historicidad.
¿Por qué eres así? ¿Por qué somos así? Porque ocupamos este lugar y no otro en la red en movimiento del valor. Porque somos pura diferencia en la similitud: pura ubicación.
Erudiciones prescindibles (Name dropping)
Contra el mito de un yo autónomo, racional y soberano, Marx nos presenta un yo condicionado por su clase, sometido a una ideología invisible, «inconsciente», que se deriva de las superestructuras y, en último término, de los modos de producción. Freud abunda en el ataque al yo decimonónico expandiendo el inconsciente hasta las raíces mismas del deseo. ¿Por qué quiero lo que quiero (o a quien quiero)? Porque necesito defender mis intereses de clase o porque «detrás» del objeto de mi deseo se encuentra una verdad oculta e inconfesable: la madre, el padre, la muerte.
Tanto Marx como Freud tienen una clave que supone la verdad de la realidad y que se basa en la jerarquización del deseo: hay un deseo (el poder económico en Marx, el sexo o la muerte en Freud) más verdadero que los demás y a los que todos los demás se reducen y subordinan. Las personas-que-no-se-dejan-engañar (los despiertos) los tendrán siempre en cuenta. Este deseo soberano, clave, es eterno, y sirve lo mismo para explicar al hombre primitivo que a la mujer moderna, la Revolución Francesa o tu matrimonio.
Pero supongamos que no existiera un deseo eterno. Que la importancia de cada deseo se encontrara siempre en flujo, que variara de individuo a individuo según el valor que le otorgara su entorno (cada individuo se desarrolla en un entorno local y pasa él mismo a ser parte del entorno local de otros; el entorno global y todos los intermedios resultan de la suma de individualidades).
El yo sigue sin ser soberano, sigue participando de las corrientes generales, de la suma estadística del valor del deseo, y sigue siendo mayormente «subconsciente» (no-pensado), solo que, como en Lacan, este «subconsciente» se encuentra ahora fuera de él, en su entorno, no encerrado en la cámara obscura de su cráneo (y por eso insisto en que somos solo superficie, inabarcables pero inteligibles, accesibles). El misterio de nuestra individualidad desaparece, puesto que se explica a través de los accidentes de nuestra experiencia local, y regresa una dimensión histórica que nos impide alzarnos como un dios (o un Hegel o un Marx) por encima de la totalidad. El historiador y el filósofo están siempre ubicados de un modo radical: no solo en un momento del desarrollo de la historia o del espíritu, sino en un lugar desde el cual la historia es un horizonte de complejidad que se va difuminando, y ante el cual resulta imposible predecir o dictaminar ningún «final».
Algo de todo esto se encuentra en las obsequiosas objeciones de Sartre al marxismo en La crítica de la razón dialéctica y en su crítica menos respetuosa del psicoanálisis en El ser y la nada. En lugar de los flujos del valor, sin embargo, Sartre se aferra a un concepto de libertad que no explica gran cosa. ¿Qué hace de Flaubert un ser único en lugar de un burgués genérico? El hecho de que Flaubert sea el resultado de sus circunstancias + su libertad. ¿Pero qué es «su libertad» y por qué se orienta en esa dirección concreta y no en otra?
Su «libertad» no es nada más que la amplitud de su deseo, determinado por su entorno. Una mujer contemporánea es más libre que una mujer de hace cien años, no porque la misteriosa materia de su libertad (quizás un quinto humor hipocrático) se haya visto incrementada en su interior mágicamente, sino porque su deseo, y por lo tanto su ser, está abierto a más posibilidades, una apertura lograda a través de la comunicación verbal y física, del descubrimiento compartido (político) de la posibilidad.
Aunque es cierto que no podemos entendernos sin mirar al conjunto, (yo también creo que no puede haber un centro), los seres vivos nos muestran que hay cúmulos, esto es, conjuntos de individualidades que se separan del resto y se hacen entramados. Necesariamente son permeados por lo demás, pensemos en una piel porosa, pero no pueden desintegrarse en el todo o ser propiamente nada. Necesitan cierta organización para ser. Quizás ahí entraría la forma en la red. Propiedades únicas para cada ser y unión de seres en particular.
Luego, hablaríamos de redes, no sólo de una. No estarían determinadas por algo ajeno a ellos, sino sólo por lo que pasa y se transforma por su interioridad. Quizá eso es la conciencia, el espacio donde podemos determinarnos y hacer un nosotros de lo que escojamos ser, no de todo.
me gusta cómo cuelgas de la red sin red. pero me gustaría más si no fuera humana, demasiado humana. hace tiempo que las redes híbrídas incluyeron otros reinos: tecnológico, animal, vegetal y mineral. quizás haya que incorporar en el deseo otros desprendimientos. sentir la arena fría y humeda en los pies y echar raíces, como las plantas que solo crecen en un tipo de suelo.